palabras constantes sobre el sufrimiento,
una tras otra, rozándose.
Haciéndose daño unas a otras, a mí.
Y de repente se detienen,
se desnudan.
Creyéndose vencedoras, ahora,
han perdido.
Ha llegado él.
La silueta de aquello a lo que temían,
la oscuridad a la que se aferraban
se les escapa de las manos.
Las palabras dolorosas están temblando,
ven su final en él.
Me están dejando respirar,
creo que quieren que sea feliz,
que me haga feliz.
Y entonces soy yo la que se detiene,
no en cuerpo,
en alma.
Ahora son palabras más importantes
las que resuenan en mi cabeza.
Y no me hacen daño,
porque las noches que pasan lentas,
con él rozándome,
trato de afrontarlo, aferrarlo a mí,
derrapo en las curvas de su corazón
intentando provocarlo,
y lo hace,
así, tan sencillamente,
evade todo el sufrimiento cuando se acerca.
Las hojas escritas a base de lágrimas
se quedaron estancadas en la estación
de dónde él me recogió
y a donde no quiero volver jamás.
Corred, recordad este momento, echad una visual, porque he escrito algo sin tener que aguantar las lágrimas, felicidad creo que se llama.